Anestesiar un enfermo

No debe tenerse miedo a la anestesia, ya que evita al paciente que sienta el dolor durante la intervención quirúrgica. Si la operación es de poca importancia, el cirujano se limita a insensibilizar la parte que será objeto de la intervención; en caso contrario, deberá procederse a la anestesia general, la cual sume al paciente en un sueño profundo. La mayor parte de las operaciones precisan de anestesia. Así, los cirujanos dentistas la ponen ellos mismos, localmente, cuando han de intervenir para extraer un diente. El pacienté permanece despierto y consciente, pero después de la inyección que el dentista le pone en la encía deja de sentir dolor durante todo el tiempo que dura la intervención. La anestesia total o general provoca un sueño artificial durante el cual el paciente pierde la conciencia de todo lo que le rodea y no siente ningún dolor mientras se realiza la operación. 

Para este fin se utilizan diversos productos, los cuales se administran mediante inyección (introducción del producto en la sangre), por vía oral (absorción de un somnífero fuerte) o por vía respiratoria (máscara inhaladora de vapores somníferos o de gases soporíferos). La anestesia total suele practicarse en dos fases: algunas horas antes de la intervención se toman tranquilizantes, los cuales eliminan la ansiedad del enfermo; después, cuando ha de efectuarse la operación, se aplica la anestesia general. Los cirujanos están auxiliados por especialistas, los anestesistas, que cuidan del operado durante toda la intervención: controlan el estado de su corazón y la profundidad de su sueño, y la acción que desarrollan no termina más que cuando el enfermo despierta. Ocurre a menudo que un operado, cuando se despierta, pregunta a sus familiares: «¿Empezará pronto la operación?» No se necesita otra prueba para demostrar que estaba perfectamente dormido y era totalmente insensible.