Desescombrar

Un corrimiento de tierra después de abundantes lluvias, un terremoto importante o una violenta explosión pueden originar el derrumbamiento de casas y el sepultamiento de numerosas personas. Con infinitas precauciones, los bomberos o los especialistas en protección civil auxilian a los supervivientes sepultados bajo los escombros. La guerra al igual que los azotes naturales provoca terribles catástrofes en las zonas habitadas: las viviendas se derrumban y matan o sepultan a sus ocupantes. A veces el derrumbamiento va acompañado de un incendio, que pronto se alimenta con las vigas de madera, las puertas y los combustibles que se guardan en las casas, con lo cual queda destruido todo lo que había respetado el hundimiento. Aproximadamente así ocurrió en San Francisco, en el año 1906. 

A menudo, los cadáveres, al descomponerse, dan origen a graves epidemias de cólera que diezman a los supervivientes. Por tanto, es preciso intervenir con gran rapidez y muy metódicamente para salvar a los sepultados y enterrar a los muertos; sin embargo, debe tenerse en cuenta que una acción demasiado apresurada y poco razonada podría provocar nuevos derrumbamientos que sepultaran a los propios equipos de salvamento. Después de un rápido reconocimiento de los lugares en que se hallan aprisionadas personas vivas, los equipos de salvamento despejan las ruinas piedra a piedra. Así, excavan profundamente para llegar hasta las víctimas, pero toman la precaución de apuntalar los escombros a medida que avanzan. A veces, cuando quienes los dirigen se lo ordenan, los equipos de salvamento guardan silencio: se trata de escuchar, para localizar las llamadas de los sepultados o incluso, por medio de aparatos muy sensibles, de detectar los latidos de sus corazones o el ritmo de su respiración. Los tenaces equipos de salvamento llegan a encontrar supervivientes varios días después de una catástrofe.